jueves, 24 de febrero de 2011

Mi novio el del Scottish Power

El otro día estaba yo en casa, muy tiernita, deseando que llegara mi fulanito a casa después del trabajo.
Total, que escucho como un traqueteo en la puerta y, pensando que era él, me puse a decir tonterías en español del tipo "¿Quién es mi niño/quién anda ahí/a quién quiero yo?". Según me acercaba a la puerta oía cosas al otro lado, y como no esperaba a nadie (ya que no habían tocado en ninguno de los dos porteros), supuse que al tener la llave yo puesta él no podía poner la suya, así que más tonterías decía.
Abro la puerta muy sonriente y melosa diciendo aún gilipolleces varias...y me encuentro con un señor enchaquetado con bigote, rondando los 60 y muy sonriente con su tarjeta de Scottish Power en la mano (la compañía de la luz). Aaaaaah, tierra trágame!!
El buen hombre me comenta que necesita tomar nota del contador, le digo que si por favor puede quitarse los zapatos antes de entrar a casa, pero me dice que no puede por política de Health and Safety (Salud y Seguridad, literalmente) y yo maldigo pensando en que si éste vuelve del trabajo y ve a alguien pisando la moqueta me mata por haber incumplido una de las reglas sagradas de la casa. Entonces se me ocurre la genial idea de extenderle, a modo de pasillito, tres toallas que tenemos debajo de cada puerta para que no se cuelen ciertos animales que últimamente rondan el edificio, con las consiguientes risas del Scottishpoweriano. El señor me pregunta por el armario del contador; yo no tengo ni idea de donde está, pero muy alegremente le digo "En ese" (en el armario de la caldera) y él me pide que le abra la puerta, por favor. Aaaaaaah! Me niego y le digo que la abra él, que yo me voy a la otra punta del pasillo, que en ese armario de la caldera hay "presencias". Después de que el hombre se riera de mí por enésima vez y de comprobar que ahí no estaba el contador, me pongo nerviosa haciendole el pasillito de toallas otra vez al hombre de la luz hacia la otra punta del pasillo, rozándole sin querer los cuartos traseros. Me excuso entre risitas diciendole que el casero es un maniático con la moqueta (por no decirle que el maniático es el churri) y me pongo a llamar a mi fulanito para ver si el dichoso contador de la luz está en el armario de los abrigos y las maletas. No he acabado de marcar cuando escucho las llaves (a estas alturas ya no digo tonterías del tipo "¿Quién es mi niñoo?", porque las botas del hombre están medio en la toalla medio en la moqueta). Cuando él entra, ve una puerta y un tío escondido detrás de ella y un pasillo de toallas multicolor. El hombre toma nota del contador, y vuuuueeeeeeeelta a hacer pasillito. En un arranque de locura le digo que pise la moqueta, que ya pasaré el aspirador, que no se preocupe y que tenga un buen día.

Moraleja: Dejar de decir gilipolleces sin mirar antes por la mirilla y aprenderme dónde está el contador.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Cineworld

Viendo que el invierno edimburgués iba para largo, decidimos hacernos socios del cine.
Justo detrás de casa tenemos uno de los centros de ocio de la ciudad, con multicines incluido, Cineworld.
Una entrada normal oscila entre las 6.70 y las 7.90 libras, precio que no voy a pagar, evidentemente. Sin embargo, con nuestra magnífica tarjetita nos sale a 13.50 libras al mes el cine ilimitado. Puedes ir si quieres todos los días, a todas las películas que quieras (las de 3D valen 1.5 libras más), fines de semana y festivos y el precio no incrementa.
Si se echan cuentas, con dos películas que se vean ya se amortiza la inversión.
Además, hay muchas películas donde elegir, creo que son 13 salas.
Últimamente he visto Sanctum, Neds y The Fighter (que me ha encantado).
Os dejo el link por si alguien que ande por Edimburgo se anima:

http://www.cineworld.co.uk/cinemas/21

Desconozco si en España hay algo parecido, pero me parece una buena idea para fomentar que la gente vaya al cine, consuma, ahorre y disfrute.

domingo, 6 de febrero de 2011

Cabo Verde

Escapando del frío edimburgués, decidimos pegarnos una escapadita en Enero. Decidiendo el destino, tan sólo había una condición indispensable: que hiciera calor. Después de mirar Dubai, Goa, Chipre (que quedó descartado por sus temperaturas no excesivamente altas en Enero) y Cabo Verde, nos decantamos por éste último. No hacía falta vacunarse, teníamos vuelos directos desde el Reino Unido y hacía calor. Reconozco que no sabía mucho sobre Cabo Verde, sólo que era una ex-colonia portuguesa formada por varias islas debajo de nuestras Canarias.

No voy a someteros al suplicio de contar día a día lo que hicimos, tan sólo puedo decir que lo pasamos genial. El hotel era perfecto, situado en una bahía con una playa preciosa. Estábamos unos 3 kilómetros al sur de Sal Rei, la capital de Boavista. Bueno, no sé si 3 kilómetros, pero dando un paseo tranquilo por la playa hasta la ciudad tardamos unas dos horas, con paradas para fotos y menesteres varios.

En Sal Rei viven unas 3.000 personas, siendo la población total de la isla de unas 9.000 personas. De esas 3.000 personas, casi un tercio viven en "las barracas", que son unas chabolas en las que evidentemente las condiciones de vida no son las más óptimas.
Me sorprendió que los edificios de apartamentos que se estaban construyendo fuera de las zonas de las barracas en Sal Rei fueran bastante modernos y no fueran más bien casas bajitas.
Según nos contaron los cabo verdianos que trabajaban en el hotel (por cierto, todos ellos muy agradables y atentos), no hay ni luz ni agua permanentemente a lo largo del día. El suministro se hace con una bomba, que deja de funcionar unas 8 horas al día, principalmente por la noche. Para beber, ya que en la isla no llueve, tienen una planta desalinizadora. El hotel tenía otra, de uso privado, que hacía que hubiera agua todo el día; eso si, recordando constantemente que el agua era un bien muy preciado y que no se despilfarrara.

El sueldo medio es de unos 300 euros (la moneda oficial es el escudo de cabo verde, aunque también se manejan muchos euros), que no dan para mucho, ya que por alguna razón los alquileres son caros.
En la isla no hay fábricas de nada, no se produce nada, así que todo se importa, ya sea desde Canarias o desde otras islas de Cabo Verde. Eso hace que comprar cosas sea extremadamente caro. Por curiosidad, entramos en un par de tiendas y un champú valía aproximadamente unos 5 euros, así que si se echan cuentas..
Hay un centro de salud para toda la isla y nos contaron que sólo hay dos médicos para las 9.000 personas.
Nosotros vimos una farmacia que tenía buena pinta, poquitas cosas, pero bueno. Cuando estás malo y vas al médico, te manda los medicamentos por unidades, tipo "dos paracetamoles", y así te los dan en la farmacia, con la receta. Si no, puedes pagar 50 euros por una caja de ibuprofeno. Si, 50 euros!

En la plaza del pueblo había una iglesia, una droguería, la biblioteca municipal (pequeñita pero muy apañada, tenía hasta libros en alemán!), el mercado, un par de tiendas, un poco más abajo el polideportivo.. pero la tienda estrella, al menos, la que más nos hizo reír y nos llamó la atención fue: un chino!!!!!
Los chinos, como las hormigas, en todos lados. La verdad es que fue un puntazo ver el "Mini supermercado Xu", así que entramos a verlo. Lo de siempre, el chino detrás del mostrador, escaso en simpatía y un dependiente cabo verdiano que nos seguía con miedo a que robáramos uno de los champús a 5 euros.
Imagino que tendría al chico ahí porque no se como sería el nivel de portugués de Xu, pero creo que del "Olá" no pasaba.
Hablando de idiomas, la verdad es que no tuvimos ningún problema. El portugués es el oficial, aunque en la calle se habla el creolo, y en español nos entendían y nosotros a ellos también, aunque los cabo verdianos del hotel si hablaban español más o menos. Los que no entendían eran los extranjeros (principalmente senegaleses), que había en la isla, pero se reconocían fácilmente, ya que los de CV son café con leche, algunos muy muy claritos, por la ascendencia portuguesa.
Por lo que nos contaron, ya ha habido algún roce entre los locales y los visitantes, por diferencias culturales (unos tienen más influencia europea y son católicos, y los otros, musulmanes).

Lo único que puedo decir es que nos alegramos mucho de haber conocido el país antes de que llegue el turismo en masa y lo exploten. La gente es amable, servicial, la comida está buenísima, las playas son preciosas, la temperatura perfecta.. en fin, unas vacaciones que han merecido la pena! Y si os animáis, salid del complejo del hotel y visitad la isla, que tiene desiertos, playas paradisíacas, oasis, un volcán (tranquilidad, no es del tipo Efijjikkaya), salinas y una gente muy amable.